domingo, 11 de marzo de 2012

sábado, 10 de marzo de 2012

Cosas que debes saber antes de entablar amistad con un científico (II)


4. Si lo sacas con otros científicos, no será capaz de controlarse. Si sacar a un amigo científico siempre entraña sus riesgos, ten claro que si sales con una cohorte de científicos tienes unas altas probabilidades de terminar sufriendo el punto 3 (“Si le das la oportunidad, hablará de ciencia hasta que te arrepientas de haber nacido”, en Cosas que debes saber antes de entablar amistad con un científico (I)) en Dolby Surround. ¿Pensabas que el latín era una lengua muerta? Sal de excursión al campo con un grupo de científicos, que te vas a enterar. Y no creas que escoger un entorno menos amenazador va a salvarte: vete con ellos a tomar una inocente cerveza, y se pasarán horas discutiendo cómo incrementar la eficiencia de transformación de una bacteria con ADN, mientras a ti no te queda más que poner todo tu empeño en atragantarte con los frutos secos, a ver si entre el ataque de tos, que te hacen la maniobra de Heimlich para desincrustarte los cacahuetes de los alveolos pulmonares y que el camarero sugiere educadamente que cambiéis de bar hay una oportunidad de que surja un nuevo tema de conversación (a ser posible, uno que se refiera a seres de tamaño macroscópico, preferiblemente humanos). 

5. Hay ciertas películas/series de televisión que jamás debes ver con él. Olvida CSI, MythBusters y Bones; huye de “28 días después” o “El día de mañana”. O no lo hagas: tú puedes verlas, si quieres; sólo trata de mantener a tu amigo científico alejado de ellas. Si no lo haces, corres el riesgo de que sufra una reacción de hipersensibilidad que le haga: a) Reírse descontroladamente, o b) Enrojecer, apretar los puños y blasfemar, o c) Abrazarse a un cojín y sollozar sin consuelo señalando la pantalla. En el peor de los casos, podría llegar a escupir en el suelo de tu salón. Incluso en sus manifestaciones más leves, esta reacción de hipersensibilidad hará que tu amigo científico no pueda mantener la boca cerrada, y se vea obligado a indicarte, de forma sorprendentemente estentórea, todas y cada una de las imprecisiones o errores científicos que aparezcan en pantalla. Pese a que le supliques que deje de hacerlo. Y aún si se aplica con la mejor de sus voluntades a respetar tu voluntad, reconocerás que ha ocurrido algo que ha hecho saltar su detector de “garrafal-error-científico” cuando lo veas mirarte con ojos desorbitados, agitar los brazos y ponerse morado. Y no se le va a escapar una (si no, prueba a preguntarle a cualquiera de tus potenciales amigos científicos acerca de la archiconocida proteína Dalton de cincuenta kilos de CSI).

6. No le preguntes qué le pasa a tu gato / a tu planta / por qué te han salido esas manchitas blancas en las uñas. El científico no es omnisciente, y se ofenderá si asumes que debería poder responderte a una cuestión que no pertenece, estrictamente hablando, a su materia de estudio; si te despistas y lo haces, insensato, lo tendrás malhumorado el resto del día: más que probablemente, el no saber la respuesta le estará corroyendo las entrañas. Llegado este punto fatal, lo mejor que puedes hacer es compensar haciéndole una pregunta que realmente encaje en su disciplina; y, si desconoces cuál es (algo que jamás, jamás debes confesar abiertamente), siempre puedes probar a ponerle un capítulo de CSI y dejar que se desahogue. Después de eso, ya verás como soltar alocadamente las dichosas preguntitas es un error que sólo cometes una vez.