sábado, 9 de junio de 2012

Esto no es una carta a Carmen Vela

Esto no es una carta a Carmen Vela, Secretaria de Estado de Investigación. No tengo nada que decirle a esa señora. No tengo nada que tratar de discutir con ella, nada de lo que intentar convencerla. Porque ella es perfectamente consciente (tiene que serlo) de que lo que afirma en su artículo de opinión en Nature (“Convertir el recorte presupuestario en España en una oportunidad”) es una falacia, un muy burdo intento de combatir la mala prensa que la gestión de la ciencia en España se está ganando a pulso a nivel internacional. Pero no va a funcionar. Porque los datos no se pueden borrar usando un puñado de palabras mágicas.

No soy la primera en decirlo, y no seré la última: el artículo de la señora Vela es una ofensa para los investigadores españoles, y un insulto a la inteligencia de todos. Los recortes en investigación y ciencia, cuyas consecuencias el país tendrá que afrontar en el futuro, ya no son noticia. La comunidad científica, española y extranjera, ha dejado más que clara cuál es su postura al respecto, y continuará haciéndolo. Pero lo que llegado a este punto resulta absolutamente intolerable es que, para colmo, se pretenda que demos las gracias. Tratar de convencernos de que el hecho de que la ciencia en España ya no sea una prioridad es por el propio bien de nuestra ciencia es una broma de mal gusto.

Los datos están ahí, a prueba de frases hechas y palabras altisonantes. Están recogidos en la carta abierta a Carmen Vela de la Federación de Jóvenes Investigadores, en las declaraciones de Carlos Andradas, presidente de la Confederación de Sociedades Científicas (Cosce), o en el escueto y contundente mensaje en el blog Principia Marsupia. Es obvio que los recortes incrementarán la competencia por los recursos, y es obvio que, una vez en esta situación, será imperativo primar la excelencia. No veo cuál sería la alternativa. Pero esto no va a reforzar la ciencia en España: esto va a llevar a que sólo unos pocos grupos de investigación ya establecidos logren mantenerse, mal que bien, a flote, mientras que la mayoría se ven obligados a abandonar en masa. La situación no tiene lado positivo.

Por desgracia, la excelencia no es cuestión de voluntad. La excelencia sólo se puede alcanzar mediante una inversión y un esfuerzo ininterrumpidos; una mera purga no es un atajo. Y en España no sólo no sobran científicos, sino que el número de investigadores por cada mil habitantes está por debajo de la media de la Unión Europea. No lo digo yo, lo dicen las cifras. Pero aún así, contra toda lógica, está exportando jóvenes científicos cualificados, cuya formación ha sido financiada por el estado, para que rindan en otros países. Países para los que, qué duda cabe, el recorte presupuestario en España es, efectivamente, una oportunidad.

domingo, 3 de junio de 2012

Pulcritud en Magnolia

Para alquilar una casa en Inglaterra no basta con tener la intención de pagar el alquiler cada mes y los medios para hacerlo: es una cuestión de honor, de calidad personal, algo que te tienes que ganar. El camino que te lleva a ser inquilino es largo y está plagado de escollos; sólo los puros de corazón llegan a firmar el contrato. 

A nosotros nos sonrió la suerte (los títulos de doctor, un par de contratos en el Research Park y el hecho de que el dueño de la casa fuera un enamorado de España tampoco jugaron en contra, seguramente), y conseguimos la casa que queríamos en el primer intento: pareada, con jardincito trasero, sin moqueta en baños ni cocina, de puertas blancas y paredes magnolia.

Pero el lado oscuro siempre acecha, y eso lo saben bien los agentes inmobiliarios. La firma del contrato no es la prueba definitiva; la calidad de inquilino es algo que hay que demostrar cada día. O, debido a limitaciones de personal, cada seis meses.

Dos veces al año, por tanto, recibimos la visita de un representante de la agencia, planilla en mano, que viene dispuesto a determinar si estamos manteniendo la buena conducta que nos da derecho a seguir en la categoría de inquilinos. Esto es, si hemos sido capaces de controlar nuestros instintos de pintorrear las paredes, defecar en la moqueta, o hacer fuego en alguna de las habitaciones. Pese al obvio reto que supone refrenar tus impulsos destructores diariamente, puedo decir orgullosa que hasta el momento hemos salido victoriosos de todas nuestras evaluaciones.

Aun así, cada vez que nos toca una inspección nos lamentamos, maldecimos y tratamos de retrasarla lo más posible. Luego limpiamos y ordenamos a regañadientes, y nos sentamos a esperar al agente como el que espera la visita de un malhumorado Jack el destripador. Al fin y al cabo, a nadie le gusta tener a un desconocido olismeando por su casa.

O eso pensábamos nosotros, de forma totalmente racional, hasta que pasamos nuestra última inspección.

Y es que la vida te da sorpresas, como dicen por ahí. Cuando aquella mañana abrimos la puerta no encontramos a Jack, sino a un caballero inglés encantador, tímido y adorable, que casi antes de atravesar el umbral ya se había quitado los zapatos. La sonrisa de disculpa no se le borró de la cara en toda la visita, y desde el primer momento se deshizo en elogios acerca de nuestra evidente aptitud como inquilinos: tuvimos que convencerle para que subiese a echarle un vistazo a los dormitorios, porque él afirmaba estar seguro de que era totalmente innecesario, a juzgar por el estado del salón. (Nota para el futuro: si jugamos bien nuestras cartas, ¡podríamos prescindir de limpiar los dormitorios!). Cuando consideramos que había contribuido lo suficiente a nuestra autoestima, le ofrecimos un té, que aceptó con gusto, y así terminamos pasando un agradable rato de charla en nuestra temporalmente impecable cocina. Y entonces tuvimos la oportunidad de descubrir que nuestro inspector había sido futbolista profesional, y vivido en el extranjero, y que ahora era aficionado al golf, y de hablar sobre ciencia y sobre España y sobre el estado del mundo; y, en definitiva, averiguamos que además de adorable era una persona tremendamente interesante con la que podrías conversar durante horas sin llegar a cansarte. Y, cuando quisimos darnos cuenta, la única parte negativa de una mañana que había comenzado como una obligada visita al matadero fue que se había terminado.

Ahora esperamos con ansia la próxima inspección. Personalmente, creo que estoy lista para limpiar y ordenar y ser piropeada por ello en cuanto la agencia lo vuelva a estimar oportuno. O incluso antes. Y esta vez, eso sí, me aseguraré de tener pastas para acompañar el té.