lunes, 24 de septiembre de 2012

Premios Ig Nobel: la ciencia que hace reír (y luego, pensar)

El pasado jueves se entregaron los premios Ig-Nobel de este año en la Universidad de Harvard. Estos galardones, otorgados anualmente por la revista Annals of Improbable Research (Anales de investigación improbable), pretenden, en palabras de sus creadores, “celebrar lo inusual, honrar lo imaginativo – y estimular el interés general por la ciencia, la medicina y la tecnología”. ¿La estrategia? Premiar trabajos científicos que hacen reír; y luego, pensar.

Pero, pese a su nombre (Ig Nobel suena igual que ignoble, que en inglés significa innoble), no hay nada ominoso en ser uno de los premiados: los trabajos escogidos son serios y rigurosos (a menudo publicados en revistas científicas), los trofeos son entregados por auténticos premios Nobel, y la ceremonia incluye discursos breves, actuaciones musicales, es interactiva (la de este año incluía en el programa dos Avalanchas de Aviones de Papel, a cargo del público) y, en definitiva, probablemente sea mucho más divertida que cualquier otra. Y los premiados, sin duda, dan mucho más de qué hablar.
A continuación, los agraciados de este año:

-          Premio Ig Nobel de Psicología. Anita Eerland, Rolf Zwaan y Tulio Guadalupe, por su estudio “Inclinarse hacia la izquierda hace que la torre Eiffel parezca más pequeña”, en que se determina que la postura corporal influye en las estimaciones de cantidad.

-          Premio Ig Nobel de la Paz. Compañía SKN (Rusia), por convertir munición rusa vieja en diamantes rusos nuevos.

-          Premio Ig Nobel de Acústica. Kazutaka Kurihara y Koji Tsukada, por crear el SpeechJammer, un aparato capaz de interrumpir el discurso de un hablante al hacer que éste escuche sus propias palabras con un ligero retardo (un instrumento con gran potencial en política y en reuniones familiares).

-          Premio Ig Nobel de Neurociencia. Craig Bennett, Abigail Baird, Michael Miller y George Woldorf, por demostrar que mediante aparatos complejos y estadística simple, investigadores en el área de la neurociencia son capaces de detectar actividad cerebral en cualquier parte – incluyendo un salmón muerto.

-          Premio Ig Nobel de Química. Johan Pettersson, por resolver el enigma de por qué el pelo de los habitantes de ciertas casas de la ciudad sueca de Anderslöv se volvía verde (al parecer, las tuberías de cobre tuvieron algo que ver).

-          Premio Ig Nobel de Literatura. La Oficina General de Responsabilidad del Gobierno de Estados Unidos (US Government General Accountability Office), por publicar un informe sobre informes sobre informes que recomienda la preparación de un informe sobre informes sobre informes.

-          Premio Ig Nobel de Física. Joseph Keller, Raymond Goldstein, Patrick Warren y Robin Ball, por hacer el cálculo del balance de fuerzas que determinan la forma y el movimiento del pelo en una coleta (humana – la especificación es de los autores, no mía).

-          Premio Ig Nobel de Dinámica de Fluidos. Rouslan Krechetnikov y Hans Mayer, por el estudio de cómo se derrama el café de una taza cuando la persona que la sostiene va caminando (¿torpemente?).

-          Premio Ig Nobel de Anatomía. Frans de Waal y Jennifer Pokomy, por el descubrimiento de que los chimpancés pueden reconocerse unos a otros en fotos de sus cuartos traseros (conozco a mucha gente capaz de hacer lo mismo y nadie le da un premio por ello).

-          Premio Ig Nobel de Medicina. Emmanuel Ben-Soussan y Michel Antonietti, por sus recomendaciones sobre cómo realizar una colonoscopia minimizando el riesgo de que el paciente explote (algo que esperamos hayan leído todos los gastroenterólogos).

"The Stinker", la mascota oficial de los premios Ig Nobel







domingo, 9 de septiembre de 2012

La fórmula

Hace 32ºC, y no hay una sola nube en el cielo. Es, a todas luces, una situación de emergencia: ¡Recojan a sus familias, preparen sus picnics, amontonen todo en el coche, y salgan disparados hacia la playa/el lago/el parque más cercano, sin detenerse y sin mirar atrás! Las materias primas para preparar una barbacoa se han agotado; los pubs sin jardín han quedado desiertos. El verano ha llegado (vuelto) a Norwich, y aprovecharlo debidamente es un deber moral. Mañana, si se te ocurre llegar al trabajo con tu habitual color de flexo, tus compañeros te obsequiarán con miradas lastimosas mientras te dicen “Oh, veo que no pudiste disfrutar del sol ayer…”, como quien se percata de una penosa tara a la que hay que esforzarse por quitar importancia, por convención social.

Tampoco es que ésta sea la anomalía del siglo. Todo recién llegado a la ciudad es debidamente informado, por diversas personas llenas de buena fe: en Norwich no llueve tanto. En realidad, llueve poco. De hecho, en términos de Reino Unido, esta región, East Anglia, es casi desértica. Eso te dicen. Y tú miras los frondosos jardines, la exuberante hiedra que avanza imparable, los dos dedos de espesor del musgo, y dices “Ya”. Pero el caso es que al final resulta que es cierto: no llueve tanto. Vale, “desértico” probablemente no sea el término adecuado (el cadáver del cactus que alguien plantó en mi jardín y que pereció ahogado me daría la razón), pero tampoco llueve todos los días, y el sol se ve a menudo. Pero, si bien no es único, un día como el de hoy sí que se considera un evento un tanto excepcional. Que, inevitablemente, hay que aprovechar.

Tengo una amiga que dice que el tiempo aquí es esquizofrénico; y sí, éste es un adjetivo mucho más preciso para definirlo. La semana pasada tuvimos mínimas de 9ºC y máximas de 14; hoy llegamos a 32ºC. Supongo que la importancia de estar siempre preparado se hace patente. La población autóctona lo sabe bien, y nosotros, los que venimos de fuera, nos esforzamos por adquirir sus habilidades; Regla Número 1: nunca bajar la guardia. De entrada, hay que dar por sentado que cualquier fenómeno atmosférico puede hacer su aparición en cualquier momento; pero, si estás debidamente preparado, no te pillará desprevenido. Sandalias, botas forradas, camisetas de tirantes, jerseys de cuello vuelto, carbón para la barbacoa y leña para la chimenea deben aprender a coexistir. Es uno de los secretos para una vida feliz.

Lo que me lleva a otro punto interesante: la gente aquí disfruta del sol como no he visto disfrutar a nadie antes. Para nosotros sureños, el sol es algo que, simplemente, está ahí, por defecto. No es que no lo disfrutemos, pero la intensidad con que lo hacemos es claramente menor. Tiene lógica: si no fuera así, tanta felicidad terminaría por consumirnos; ese nivel de entusiasmo sostenido en el tiempo debe de resultar absolutamente intolerable. Esto implica que existe una propiedad, intrínsecamente ligada a la situación geográfica, que determina la intensidad con que la población disfruta de los días de sol; a dicha propiedad la llamaremos “coeficiente de apreciación”. Teniendo en cuenta este valor, el disfrute anual total (del sol, en el caso que nos ocupa), podría estimarse mediante la siguiente fórmula:

Disfrute anual total (del sol) = (Días de sol/año)Coeficiente de apreciación

Como el coeficiente de apreciación es considerablemente más alto en Norwich que en, digamos, Málaga, el disfrute anual total (del sol) de un ciudadanos medio quizá no sea, después de todo, tan inmensamente diferente entre ambas ciudades. Y yo he decidido, de forma más o menos arbitraria, que voy a tomar esta fórmula como validación de mi Teorema de la Felicidad Portátil: se puede ser feliz en (casi) cualquier parte.