domingo, 9 de septiembre de 2012

La fórmula

Hace 32ºC, y no hay una sola nube en el cielo. Es, a todas luces, una situación de emergencia: ¡Recojan a sus familias, preparen sus picnics, amontonen todo en el coche, y salgan disparados hacia la playa/el lago/el parque más cercano, sin detenerse y sin mirar atrás! Las materias primas para preparar una barbacoa se han agotado; los pubs sin jardín han quedado desiertos. El verano ha llegado (vuelto) a Norwich, y aprovecharlo debidamente es un deber moral. Mañana, si se te ocurre llegar al trabajo con tu habitual color de flexo, tus compañeros te obsequiarán con miradas lastimosas mientras te dicen “Oh, veo que no pudiste disfrutar del sol ayer…”, como quien se percata de una penosa tara a la que hay que esforzarse por quitar importancia, por convención social.

Tampoco es que ésta sea la anomalía del siglo. Todo recién llegado a la ciudad es debidamente informado, por diversas personas llenas de buena fe: en Norwich no llueve tanto. En realidad, llueve poco. De hecho, en términos de Reino Unido, esta región, East Anglia, es casi desértica. Eso te dicen. Y tú miras los frondosos jardines, la exuberante hiedra que avanza imparable, los dos dedos de espesor del musgo, y dices “Ya”. Pero el caso es que al final resulta que es cierto: no llueve tanto. Vale, “desértico” probablemente no sea el término adecuado (el cadáver del cactus que alguien plantó en mi jardín y que pereció ahogado me daría la razón), pero tampoco llueve todos los días, y el sol se ve a menudo. Pero, si bien no es único, un día como el de hoy sí que se considera un evento un tanto excepcional. Que, inevitablemente, hay que aprovechar.

Tengo una amiga que dice que el tiempo aquí es esquizofrénico; y sí, éste es un adjetivo mucho más preciso para definirlo. La semana pasada tuvimos mínimas de 9ºC y máximas de 14; hoy llegamos a 32ºC. Supongo que la importancia de estar siempre preparado se hace patente. La población autóctona lo sabe bien, y nosotros, los que venimos de fuera, nos esforzamos por adquirir sus habilidades; Regla Número 1: nunca bajar la guardia. De entrada, hay que dar por sentado que cualquier fenómeno atmosférico puede hacer su aparición en cualquier momento; pero, si estás debidamente preparado, no te pillará desprevenido. Sandalias, botas forradas, camisetas de tirantes, jerseys de cuello vuelto, carbón para la barbacoa y leña para la chimenea deben aprender a coexistir. Es uno de los secretos para una vida feliz.

Lo que me lleva a otro punto interesante: la gente aquí disfruta del sol como no he visto disfrutar a nadie antes. Para nosotros sureños, el sol es algo que, simplemente, está ahí, por defecto. No es que no lo disfrutemos, pero la intensidad con que lo hacemos es claramente menor. Tiene lógica: si no fuera así, tanta felicidad terminaría por consumirnos; ese nivel de entusiasmo sostenido en el tiempo debe de resultar absolutamente intolerable. Esto implica que existe una propiedad, intrínsecamente ligada a la situación geográfica, que determina la intensidad con que la población disfruta de los días de sol; a dicha propiedad la llamaremos “coeficiente de apreciación”. Teniendo en cuenta este valor, el disfrute anual total (del sol, en el caso que nos ocupa), podría estimarse mediante la siguiente fórmula:

Disfrute anual total (del sol) = (Días de sol/año)Coeficiente de apreciación

Como el coeficiente de apreciación es considerablemente más alto en Norwich que en, digamos, Málaga, el disfrute anual total (del sol) de un ciudadanos medio quizá no sea, después de todo, tan inmensamente diferente entre ambas ciudades. Y yo he decidido, de forma más o menos arbitraria, que voy a tomar esta fórmula como validación de mi Teorema de la Felicidad Portátil: se puede ser feliz en (casi) cualquier parte.

2 comentarios:

  1. Me alucinó el número de descapotables que hay en Inglaterra. Tienes que tener el coeficiente de apreciación muy alto para comprarte tal tipo de coche en tal tipo de clima.

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