miércoles, 2 de mayo de 2012

De prejuicios y orgullos


Me los esperaba bastante salvajes: borrachos, descamisados, gritando ininteligiblemente y dando empujones a diestro y siniestro. Y llegué aquí y me encontré a una gente educada, amabilísima, que genera una cantidad sorprendentemente mínima de ruido; gente que cuando le trituras los dedos del pie de un pisotón, te mira con ojos de cordero y se disculpa (lo tengo más que comprobado). [Asumo que lo que su sorry en realidad viene a significar sería algo así como “Disculpe por tener un pie con entidad física propia que tal vez pueda haberle incomodado aplastar con su propio pie”. Y tú, pues qué vas a decir, que no es cosa de hacerle el feo: Vale, te perdono; no te preocupes demasiado, es un error muy común. Un hábito horrible, éste de tener pies, pero muy extendido.]

Es lo que ocurre con los estereotipos: a veces, decepcionan. O todo lo contrario.

Conste que lo mío no era nada personal: tal y como muestra el experimento que han llevado a cabo los seis periódicos embarcados en el proyecto Europa (El PAÍS, The Guardian, Le Monde, La Stampa, Gazeta Wyborcza y Süddeutsche Zeitung), los europeos consideran fundamentalmente que los británicos son “hooligans borrachos semi-desnudos”. Existe, no obstante, una opción b, para aquellos que no encajan con la descripción anterior: si eres inglés pero friolero y pasas de resacas, probablemente signifique que eres “esnob y estirado” (aunque de éstos creo que no nos mandan muchos a España; o quizá no se dejan ver porque están esnobeando por ahí, probablemente capitaneados por Victoria Beckham, en lugares secretos a los que los plebeyos no tenemos acceso –un poco como los cocodrilos que viven en las cloacas, pero en plan más cool).

Los españoles, por nuestra parte, nos dividimos en hombres tremendamente masculinos y mujeres ardientes (a las que los primeros, como es bien sabido, no les permiten ir a los toros en minifalda), todos pasando de la siesta a la fiesta casi sin pestañear. ¿Cliché? Obvio, al menos para la gran mayoría. Que ya quisiéramos muchos dormir siesta. Pero tengo que confesar que, cuando leí la descripción, sentí una punzada de orgullo. No sé, será un reflejo atávico: mis genes siesteros, saludando al público.

Sin embargo, esta imagen alegre y despreocupada que proyectamos en Europa es un arma de doble filo; puede que muchos turistas viajen a España deseando encontrar un palmero-torero que se los lleve de marcha hasta desfallecer, pero dudo que ése sea el perfil que buscan inversores o jefes potenciales. Y lo peor es que, a pesar de nuestra fama, los españoles, entre el sueñecito de media tarde y los bailes en la plaza del pueblo, también encontramos tiempo para trabajar; más horas semanales, de hecho, que le media europea. Ahí queda eso.

Quizá el truco resida, simplemente, en tener más cuidado con lo que nos da por enseñar por ahí. Que el folklore está muy bien en las guías turísticas, pero no debe salpicar las noticias más de lo imprescindible. Y me da la sensación de que, por ahora, lo estamos haciendo nada más que regular: en estos momentos, españoles, lo que se ve desde fuera es una crisis, fútbol, un jefe de estado de safari, desempleo… Y, como banda sonora, por siempre, La Macarena. Toma combinación letal.


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