domingo, 3 de junio de 2012

Pulcritud en Magnolia

Para alquilar una casa en Inglaterra no basta con tener la intención de pagar el alquiler cada mes y los medios para hacerlo: es una cuestión de honor, de calidad personal, algo que te tienes que ganar. El camino que te lleva a ser inquilino es largo y está plagado de escollos; sólo los puros de corazón llegan a firmar el contrato. 

A nosotros nos sonrió la suerte (los títulos de doctor, un par de contratos en el Research Park y el hecho de que el dueño de la casa fuera un enamorado de España tampoco jugaron en contra, seguramente), y conseguimos la casa que queríamos en el primer intento: pareada, con jardincito trasero, sin moqueta en baños ni cocina, de puertas blancas y paredes magnolia.

Pero el lado oscuro siempre acecha, y eso lo saben bien los agentes inmobiliarios. La firma del contrato no es la prueba definitiva; la calidad de inquilino es algo que hay que demostrar cada día. O, debido a limitaciones de personal, cada seis meses.

Dos veces al año, por tanto, recibimos la visita de un representante de la agencia, planilla en mano, que viene dispuesto a determinar si estamos manteniendo la buena conducta que nos da derecho a seguir en la categoría de inquilinos. Esto es, si hemos sido capaces de controlar nuestros instintos de pintorrear las paredes, defecar en la moqueta, o hacer fuego en alguna de las habitaciones. Pese al obvio reto que supone refrenar tus impulsos destructores diariamente, puedo decir orgullosa que hasta el momento hemos salido victoriosos de todas nuestras evaluaciones.

Aun así, cada vez que nos toca una inspección nos lamentamos, maldecimos y tratamos de retrasarla lo más posible. Luego limpiamos y ordenamos a regañadientes, y nos sentamos a esperar al agente como el que espera la visita de un malhumorado Jack el destripador. Al fin y al cabo, a nadie le gusta tener a un desconocido olismeando por su casa.

O eso pensábamos nosotros, de forma totalmente racional, hasta que pasamos nuestra última inspección.

Y es que la vida te da sorpresas, como dicen por ahí. Cuando aquella mañana abrimos la puerta no encontramos a Jack, sino a un caballero inglés encantador, tímido y adorable, que casi antes de atravesar el umbral ya se había quitado los zapatos. La sonrisa de disculpa no se le borró de la cara en toda la visita, y desde el primer momento se deshizo en elogios acerca de nuestra evidente aptitud como inquilinos: tuvimos que convencerle para que subiese a echarle un vistazo a los dormitorios, porque él afirmaba estar seguro de que era totalmente innecesario, a juzgar por el estado del salón. (Nota para el futuro: si jugamos bien nuestras cartas, ¡podríamos prescindir de limpiar los dormitorios!). Cuando consideramos que había contribuido lo suficiente a nuestra autoestima, le ofrecimos un té, que aceptó con gusto, y así terminamos pasando un agradable rato de charla en nuestra temporalmente impecable cocina. Y entonces tuvimos la oportunidad de descubrir que nuestro inspector había sido futbolista profesional, y vivido en el extranjero, y que ahora era aficionado al golf, y de hablar sobre ciencia y sobre España y sobre el estado del mundo; y, en definitiva, averiguamos que además de adorable era una persona tremendamente interesante con la que podrías conversar durante horas sin llegar a cansarte. Y, cuando quisimos darnos cuenta, la única parte negativa de una mañana que había comenzado como una obligada visita al matadero fue que se había terminado.

Ahora esperamos con ansia la próxima inspección. Personalmente, creo que estoy lista para limpiar y ordenar y ser piropeada por ello en cuanto la agencia lo vuelva a estimar oportuno. O incluso antes. Y esta vez, eso sí, me aseguraré de tener pastas para acompañar el té.

1 comentario:

  1. Querida señorita científica:
    Soy una fiel seguidora de su blog, prácticamente desde su nacimiento.
    Se nota que tiene usted una mente abierta, lo cual es lógico teniendo en cuenta su profesión, porque huye de los tópicos: "como en mi tierra, en ninguna"; "España es lo mejor, jarsa", etc.
    No me la imagino peregrinando de restaurante en restaurante, empeñada en enseñarles a hacer una tortilla de patatas o de cafetería en cafetería, explicando, ante el atónito camarero, cómo se prepara un café con hielo (cosa que en sí misma es una paradoja: si quieres algo fresquito, pídete un refresco o una granizada). Pero mejor no tentar la suerte, porque sería aún más complicado que los españoles típicos se empeñaran en enseñar al resto del mundo cómo fabricar horchata.
    No me es difícil imaginar que echará de menos su tierra e incluso sentirá añoranza; sin embargo esto no es motivo para dejar de valorar lo bueno que le ofrecen el país que la acoge y sus gentes.
    Me encanta su actitud adaptativa y su intento de ayudar a desmontar el tópico de que los ingleses son "borrachos, groseros y pendencieros" o "estirados y snobs".
    Felicitaciones por su blog y espero que no deje de deleitarnos con nuevas "divagaciones".

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