sábado, 11 de febrero de 2012

Un año después, ha ocurrido

Ha llevado un año, pero ha ocurrido. Es lo de siempre: sabes que existe la posibilidad, que es incluso probable que suceda, pero no le das muchas vueltas. Bueno, piensas, si llegamos a ese punto ya veremos lo que hacemos. Bien, yo del pasado: bienvenido al punto.

Fue el fin de semana anterior. No cuando ocurrió, quiero decir; probablemente éste es el resultado de un largo y complejo proceso que ha sabido mantenerse en un discreto y conveniente segundo plano durante todo un año, alimentándose de pequeños detalles casi imperceptibles y haciéndose más y más fuerte de forma inexorable. El fin de semana pasado fue cuando a mí, que hasta entonces vivía completamente ajena en el fabuloso mundo del “bah, si llega el momento ya veremos qué hacemos”, no me quedó más remedio que darme cuenta de que, efectivamente, el momento había llegado, probablemente para quedarse: y es que ahora puedo decir, oficialmente, que un porcentaje de mí se ha vuelto británico. 

Y no, no es que haya perdido por completo la sensibilidad al frío y ahora trisque alegremente en minifalda por la nieve mientras mis piernas sueñan con unas gruesas medias, ni mi tolerancia o apetencia a las cervezas locales se ha disparado, y desgraciadamente tampoco nadie ha tenido el detalle de confundir mi acento hablando inglés con el de un nativo. (Y debo reconocer que, mientras que sospecho las dos primeras posibilidades podrían  llegar con el tiempo, probablemente mi única esperanza para la última sea hablarle a un sordo de espaldas; mirando el lado positivo, algo es algo). En realidad, todo se basa en un detalle mucho más simple y, a un tiempo, más revelador: hace una semana, de repente, me vi comprando comida para pájaros.

No parece tan dramático, ¿no? Es de lo más natural tener la intención de alimentar a las propias mascotas. Pero quizá todo cobre algo más de sentido si descubro un pequeño, ínfimo detalle: yo no tengo mascotas. Nada (vivo) con plumas habita en mi casa. Y aclararé algo más: aunque, como todos, disfruto de mis ligeras excentricidades, no suelo consumir comida para pájaros, al menos en el formato en que la venden en las tiendas de animales. De hecho, creo que podría afirmar casi con seguridad que es algo que no he hecho nunca.

Y aquí es donde entra la mentalidad británica. Los británicos aman profundamente a los animales: a los propios, a los ajenos, a los silvestres, incluso a los salvajes; todos son igualmente adorables, encantadores y dignos de atención a sus ojos. Incluidos, huelga decirlo, los plumíferos, esas magníficas criaturas que revolotean y arman jaleo en primavera. Pero, ¿alguien se ha planteado qué ocurre con estos animalillos durante el crudo invierno? Quiero decir, los pájaros no hibernan, ¿no? Y en invierno las temperaturas son bajas, los insectos escasean, los árboles están pelados. ¿Qué hacen los pájaros, entonces? No hace falta ser ornitólogo para tenerlo claro: pasar frío y hambre.

“¡Inadmisible!”, estaréis pensando, seguramente. Al menos, eso pensaríais si fuerais de por aquí. Y como quedarse de brazo cruzados está muy feo, alguien decidió implicarse y preparar comida para pájaros en un formato que se pudiera colgar de los árboles de tu jardín, para arrimar el hombro y contribuir a que los pobres hambrientos pajarillos puedan sobrevivir al invierno, que es una buena causa como cualquier otra.

Debo decir que cuando llegamos a nuestra casa y le eché un vistazo al jardín(cillo) por primera vez, no pude evitar fijarme en una especie de bolsa de malla verde que pendía del único árbol de talla suficiente como para merecer tal nombre. Fruncí el ceño: ¡había un pedazo de basura enganchado en la rama de nuestro único árbol! ¡Intolerable! Sin embargo, con el tiempo y una capacidad de observación media, me di cuenta de que la inmensa mayoría de los árboles de zonas ajardinadas civilizadas disponían de sus propios “pedazos de basura”, en distintas formas, tamaños y colores; me intuición me señaló que quizá podría haber algo oculto bajo esa apariencia de desecho. Y, efectivamente, al final la verdad terminó por salir a la superficie como gloriosa revelación (quizá desde los estantes de Poundland, quizá en forma de comentario de algún asombrado amigo no-británico; poco importa, a estas alturas): aquellos colgajos no eran otra cosa que paquetes de ayuda invernal para pájaros famélicos.

Ha tenido que pasar un año entero para que yo, como individua, sintiera la necesidad de ofrecer mi ayuda a los plumíferos necesitados. En mi defensa diré que, de ese año, sólo unos pocos meses pueden ser considerados invierno, así que probablemente no soy tan mala persona. En cualquier caso, hoy hace una semana que llegué a casa radiante, abrazada a mis ocho bolas de comida para pájaros compactada, cada una de ellas contenida en una coqueta bolsita se malla verde. Toda una sensación nueva, debo decir. Salí al jardín brincando (y, consecuentemente, resbalando en la nieve), y colgué tres magníficas bolas en nuestro árbol, junto con la bolsa ancestral de la revelación que, en un acto simbólico, decidí mantener ahí. El resultado no se ha hecho esperar: esta misma mañana he pillado a tres graciosos pajarillos disfrutando de mi conversión a dos carrillos. Eso sí, no me esforzaré en vano en tratar de describir lo que se siente: me temo que, para entenderlo, hay que ser al menos un pelín británico.   

   

5 comentarios:

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  2. ¡Que sepas que los españoles también nos ocupamos de los bichitos! Cuando era pequeña mi abuela me llevaba a darle de comer a los gatos esqueléticos y legañosos del paseo marítimo, y a día de hoy mi tía abuela se sigue peleando a voces con su vecino de enfrente porque le echa de comer a las palomas en el alféizar de la ventana. Lo que nos falta claramente es el glamour de tener un jardín propio xD

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    1. Si yo lo sé, yo lo sé… Lo animales también pueden ser felices en España (quitando, en ocasiones, un puñado de toros y alguna que otra cabra). Así, intuitivamente, yo diría que es cuestión de estadística: estadísticamente, el vecino de tu tía abuela, en España, va a ser considerado un colombófilo zumbado al que tratar de disuadir a voces de continuar con su perversión, mientras que en Inglaterra va a ser considerado un ciudadano responsable al que invitar a tu barbacoa de verano para discutir dónde se encuentra el mejor alpiste. (Coméntaselo, si quieres; harías feliz al buen hombre, a tu tía abuela, y a las ya de por sí obesas palomas inglesas –ayer había una en mi jardín, y me llevó un rato distinguir si era una paloma o un faisán).

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  3. Bueno, yo creo que lo más parecido que he hecho era de pequeña cuando le daba de comer a las palomas, hasta que una amiga, bióloga precisamente, me quitó todo el mito de éstas y las gaviotas y me explicó que eran ratas con alas. Pero seguro que los pajarillos británicos con más monos y menos asquerosos ;)
    Un besazo

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    1. Los pájaros británicos no sólo son monos, graciosos y bien educados: ¡son un modo de vida! Si no, mira esto:

      http://www.britishbirds.co.uk/

      O esto...

      http://www.garden-birds.co.uk/

      Así que nada, adaptarse o morir: ¡que vivan los pájaros británicos! (y no va con segundas :)

      ¡Besos!

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