domingo, 19 de febrero de 2012

Quemando las naves


Que la ciencia en España agoniza, por desgracia, no es noticia de última hora. Todos, ya sea desde dentro o desde fuera, tenemos la sensación de que la situación está difícil, y de que no se avistan mejorías. Y, aun así, lo cierto es que yo había logrado mantenerme en un feliz estado de semi-inconsciencia optimista, a base de taparme los oídos y cantar a pleno pulmón, hasta que el artículo de Amaya Moro-Martín publicado en Nature hace tres días me bajó de mi nube como un mazazo. Por primera vez, me di de bruces contra una realidad clara y contundente: no vamos a volver. Los científicos españoles que estamos fuera no tendremos que debatirnos entre quedarnos en el extranjero o regresar a nuestro país; no tendremos que valorar pros y contras, evaluando la importancia relativa de familia y trabajo. Sencillamente, no vamos a tener la opción.

La ciencia española acaba de perder, de un plumazo, su ministerio propio y 600 millones de euros. Estamos en plena crisis económica, es cierto; nadie podía esperar crecimientos en el presupuesto para ciencia en estos momentos. Y, sin embargo, éste es justamente el tipo de inversión que, a medio plazo, podría marcar una diferencia. La inversión en investigación y desarrollo en España está bien lejos de la media europea, al igual que la de Irlanda, Portugal, Grecia e Italia. Alemania, sin embargo, invierte más del promedio; y, a pesar de defender la austeridad en las finanzas, ha incrementado este presupuesto. Poco más cabe decir.

Lo que se concluye de los últimos cambios es que para España la ciencia no es una prioridad, sino un complemento de lujo: queda bonita, pero es prescindible. Tremendo error. La ciencia no es un capricho que un país puede concederse si su situación económica lo permite: es una inversión. Una inversión que genera conocimiento, que se traduce en tecnología, que da lugar a productos y, por tanto, a riqueza. Es una inversión que, a su vez, atrae inversores; y que mejora la imagen del país, haciendo crecer su credibilidad. Es, en pocas palabras, la base de un modelo productivo basado en el conocimiento.

Como cabía esperar, la inquietud por el incierto futuro de la ciencia en España se ha extendido más allá de la comunidad científica: hace unos días se entregó en Hacienda una petición de la plataforma de activismo online Actuable, promovida por Francisco J. Hernández y Miguel Ángel de la Fuente, que solicita la opción de dedicar el porcentaje de libre asignación de los impuestos a la ciencia. En poco más de un mes, esta iniciativa ha sido suscrita por casi 300.000 españoles, convirtiéndose en la petición de Actuable con un mayor número de firmantes; una prueba irrebatible de que la preocupación ciudadana por la investigación en nuestro país es una realidad. Los españoles no quieren ver extinguirse esa ciencia que al fin empezaba a repuntar; no quieren ver a España estancarse, quedándose definitivamente fuera de juego; no quieren que todo el esfuerzo y la inversión que el país ha hecho en los últimos años se tire por la borda.

Que es exactamente lo que va a ocurrir si esto sigue su curso. Entre otras cosas, toda una generación de científicos formados en España, bien preparados, listos para rendir y devolver con creces los recursos invertidos en su formación, van a ser exportados sin más, sin cláusula de rescisión, sin que los países receptores den ni las gracias. Podría ser, sin ir más lejos, mi caso. Yo estudié en una universidad pública: el gobierno pagó mis estudios universitarios. Después hice un máster; y para ello me dieron una beca, cortesía del gobierno. Para hacer mi tesis doctoral, otra beca, igualmente costeada con los impuestos de todos los españoles. Decidí hacer un segundo máster, y de nuevo fui becada. El gobierno me subvencionó dos estancias en una prestigiosa universidad de Estados Unidos para completar mi trabajo de tesis. ¿Y qué hay de la asistencia a congresos y cursos internacionales? Ah, sí: gracias por eso también, España. Una vez doctorada, decidí hacer una estancia postdoctoral en el extranjero (por cierto, financiada por una fundación española), para completar mi formación. Y cuando mi estancia postdoctoral termine, estaré preparada para volver y aportar mi granito de arena, para invertir mi trabajo en el país que invirtió en mi educación.

Paradójicamente, ese país no me va a querer de vuelta. Y sólo puedo pensar que, si España quería dedicarse a la beneficencia, había mejores causas que donar científicos.

1 comentario:

  1. Hola Rosa,

    he leído la última entrada en tu blog y no puedo estar mas de acuerdo. Me da pena que así sea, que no haya puestos de trabajo para el personal cualificado y que exportemos científicos de lujo sin que nadie haga nada ni se inmute. Nuestra sociedad es bastante ciega en ese sentido y los políticos se aprovechan de ello. ¿Qué mas les da a ellos si España se queda rezagada en investigación e innovación? Total, lo único que quieren es asegurar sus cargos durante unos años hasta que encuentren una manera de retirarse cómoda y bien remunerada; por ejemplo como consultores de alguna multinacional o en un organismo o fundación internacional. Para ese entonces se habrán forrado y no tendrán nada de que preocuparse ni ellos, ni sus hijos, ni sus nietos si me apuras (a los que nunca les faltará formación de calidad en centros privados y buenos puestos de trabajo en la dirección del partido político de turno o en el consejo de administración de la empresa de un buen amigo). Mientras tanto nosotros nos damos tortas por un Cajal (del que luego quieren hacerte pagar la cofinanciación). Aunque eso también está cambiando; la cosa está ya tan negra que la gente está rechazando los cajales. Inaudito.
    Sabes lo que mas me jode de todo esto. Pues que lo estábamos haciendo muy bien. Que con cuatro duros estábamos consiguiendo publicaciones de mucha calidad (=descubrimientos muy relevantes) a base de entrega y tesón (bien lo sabes porque tu eres uno de los ejemplos de lo que se puede hacer con ilusión, mucho trabajo y un mínimo de apoyos). Podíamos ir a cualquier congreso y hablar de tu a los mascas del área. No digo que estemos a su mismo nivel; no somos Jonathan Jones ni Joe Ecker (aunque vaya a nuestro favor que tampoco hemos tenido nunca sus medios). Pero por lo menos sentíamos que respetaban nuestro trabajo y no teníamos nada de que avergonzarnos. Ahora vamos a volver 10 (o 20) años atrás. Supongo que los investigadores de países desarrollados de verdad estarán felices con nuestra crisis. Se quitan competencia de en medio (ya sea en publicaciones o en las convocatorias de proyectos internacionales) y encima, no sólo no atraemos investigadores o personal en formación de otros países, si no que además exportamos profesionales cojonudos. Excellent!
    Respecto al Actuable que pedía la inclusión de una casilla que permitiera destinar fondos de libre asignación a la investigación, no estaría mal. Sin embargo, si así se produjera se podría dar el caso de que la investigación española terminara dependiendo casi exclusivamente de esa partida (los políticos estarían encantados porque de ese modo dejarían el marrón en manos de los votantes: "Si hay poco dinero para investigar es porque así lo han querido los ciudadanos") y que los centros de investigación tuvieran el estatus de ONG (vamos, de voluntariado). Además, no hay que olvidar que competiríamos con la Iglesia por esos fondos y eso, en esta España cañí, son palabras mayores. Bueno, entiendo que el Actuable sólo muestra que la población está preocupada por el futuro de la investigación en España y que la propuesta de la casilla es anecdótica.
    La verdad es que es lo último que nos falta ya; que salga algún político del PP y pida que, ya que la investigación tiene un componente altruista, los científicos españoles investiguen de manera voluntaria, sin remuneración y aportando dinero propio a ser posible, y que de ese modo ayuden a reflotar el país. Como decía de broma un viejo amigo, "la ciencia, desde que pagan, ya no es lo mismo".

    Un abrazo,

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